Quizá sea ésta una de las mejores pruebas de por qué los músicos se convierten en algo más que compositores de canciones cuando las llevan al escenario con una calidad tan sobrada. El directo consagra a un grupo o lo difumina entre otros cientos, limitados a ejecutar sus temas asegurando una interpretación fiable pero desabrida, eliminando riesgos y sonando exactamente igual que la pista del disco, sólo que delante de un público que se queda frío al volver a casa.
Cuando Kelly Jones toca "Maybe Tomorrow", generalmente opta por quedarse sólo con su guitarra eléctrica ante una audiencia a la que, al escuchar un himno de tales magnitudes, sólo le queda abrir la boca y dejar que todo suceda ante sus oídos. La voz de Jones viene del más allá, áspera y contundente, transportada por una guitarra que abre aguas turbulentas entre el público. Parece como si estuviera sólo, tocando en la intimidad de su estudio, su casa, o una colina escocesa. Inmune a cualquier perturbación de la realidad; seguro de que lo que está haciendo es tan grandioso que nadie lo puede contradecir.
Imposible no enamorarse de algo así.
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