En la noche del viernes hubo en Madrid tres conciertos: los modernos Vampire Weekend, los más modernos The Drums, y los ya poco modernos The Walkmen. Puedo decir orgulloso y tranquilo que me alegro de haber ido a ver a los últimos a solas, tan tranquilo, y disfrutar de un concierto genial (sucedió en la sala Ramdall Music Live).
Los de Nueva York ofrecieron un recital tan discreto y humilde como memorable para cuantos tuvimos la suerte de estar allí. Haciendo una meticulosa selección de temas que movió los corozanes de un público, debo decir, muy puesto en la carrera de la banda norteamericana, asistimos a un repaso de gran parte de su discografía (que ronda los diez años).
Hamilton Leithauser y los suyos tienen el don de crear una atmófsera maravillosa cuando ejecutan una canción en directo; don elevado a la máxima potencia según demostraron el pasado viernes. Pocas veces he visto un batería tan enérgico y que sistenga las canciones con tanta fortaleza, o a un guitarrista que, sin ser un virtuoso, elevara las emociones tan alto gracias a su criterio con el instrumento: pedales de reverb y eco o delays usados como no se suele escuchar por ahí. Pero, sin duda, la voz de Hamilton es algo indescriptible. Se mete en la cabeza de uno igual que el frío atraviesa la ropa húmeda, y clava las notas con una intensidad y pasión tan bestiales que uno tiene la sensación de que su alma quiere desprenderse del cuerpo y ser uno más en la sala.
La gente coreó "The Rat" como si llevara esperándola toda su vida, pero lo cierto es que el concierto, de principio a fin, fue antológico. No escuchar a este grupo sería igual que prender fuego a un jardín.
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